sábado, 29 de enero de 2011

Del terror frio al horror edificante

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No solo como resultado de la descomposición nihilista de los valores tradicionales, sino como desenmascaramiento –que bien podriamos denominar <<ontológico>>- de los mecanismos de representación y referencialidad vigentes en el espacio de la escritura tradicional(LINGÜÍSTICA, PICTORICA O FÍLMICA) y,en general, de la vigencia omnímoda de la narratividad, a partir de 1968 se va imponiendo en el plano artístico lo que podriamos llamar terror blanco, en cuanto a desmantelamiento y puesta en evidencia de los instrumentos y medios de producción expresiva del horror.  (…..)
….En este reingreso en el orden narrativo, tanto vale ciertamente que la belleza venga negativamente representada por una descomposición gradualmente bien calculada (fealdad-repugnancia-horror), o, al contrario, que ella sea paródicamente enmascarada para <<denunciar>> la mercantilización de las obras de arte y de las instituciones que debieran proteger los ideales <<desinteresados>> de tan elevado mundo ideal, o –en otro respecto, que al cabo conduce a lo mismo; que la belleza venga democráticamente utilizada como un barniz que <<sobredeterminase>> un bien de consumo, haciéndolo así más valioso (también, y quizá sobretodo, en lo crematístico).

Lo único importante aquí es que, ya sea desde el extremo del rechazo medroso o del deleite agradable ante la bella forma de algo útil o provechoso (o de la mezcla de ambos: piénsese en Casper “el fantasmita”, o en rÜdiger “el pequeño vampiro”), es decir: tanto desde el horror como desde el diseño, el arte posmoderno OBTURA la representación del Terror, de ese pavor primordial ante la nihilidad absurda de la existencia, puesta de manifiesto lo mismo por Nietzsche que por Kafka o Heidegger.
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…buena parte de la plástica contemporánea ha escogido decididamente la senda de la mimetización de la violencia cotidiana , oscilando  del asco al horror, destruyendo el objeto del deseo y convirtiéndolo en arma arrojadiza contra la maquina pulsional, deseante, del consumidor moderno. A fin de mostrar a las claras la diferencia entre el Terror y el horror en las artes plásticas, atiéndase por un lado al genuino terror producido por la teratológica <<mujer insecto>> de Alberto Giacometti, a la vez mantis religiosa devoradora del macho y victima sacrificial (su alargada gargante está surcada por cuatro cortes paralelos, mientras la cabeza casi desaparece en su nimiedad), o, en el otro extremo de la escala, a las muñecas de Hans Bellmer, desmontables y recomponibles en múltiples, monstruosas combinaciones, en perfecta e inquietante fusión de la Olimpia de El hombre de arena, de Hoffmann (para Freud, no se olvide, un cumplido ejemplo de lo siniestro) y de los artefactos mecánicos surgidos de la banda de montaje fordiana. Por cierto, ambas obras fueron iniciadas en 1932, visperas de el establecimiento del nacionalsocialismo en Alemania.
    Si comparamos ahora estas manifestaciones de puro terror con obras actuales, quizá mas impresionantes aún, podríamos pensar que se trata de una continuación morbosa, de una exacerbación rayana quizá en el mal gusto, pero siempre dentro de una misma tendencia. En mi opinión, sin embargo un mundo separa al terror de la expresión postmoderna del horror suscitado catártica o sarcásticamente por la exageración protésica, por la cercanía de lo genesíaco (creador de vida) y los excrementeos (aviso de putrefacción), o por la grotesca exageración de la sexualidad en su estadio mas grosero. Podemos elegir tres obras como representativas de estas tres tendencias:
a)     en la instalación de Robert Gober, la pelvis y las extremidades inferiores, como artilugios ortopédicos pegados(enchufados) a una pared
b)     la <<escultura>> “el rosado nacimiento de los hijos” de Niki de Saint-Phalle, o

c)     la fotografia de Cindy Sherman, parapetada tras mascarasy corazas hipersexuales, en horrenda burla hiperpornografica al origen del mundo de Courbet.

En un clarísimo ejemplo de objeto repugnante, la parte inferior del muñeco de Gober apunta evidentemente dada su posición (desaparición de la mitad superior llevando al extremo la capitidisminución de la escultura de Giacometti), al objeto de deseo homosexual, mientras que por el contrario, los orificios de las piernas delatan que se trata de un muñeco, de una suerte de prótesis ortopedica que suscita de inmediato un sentimiento de repulsión. Esta alternancia de atracción y repulsión (propia de lo repugnante), la ausencia de la parte “noble” de la figura humana, su posición, el velado objeto último de deseo cubierto por el calzoncillo y, en fin, su situación literalmente rastrera(“eso” esta tirado en el suelo): todo ello apunta a los ambivalentes sentimientos del homosexual ante el peligro de el sida, siendo a la vez un aviso, muy cordialmente humano(si es que no cristiano) de que, en la relación sexual el “otro” ha de ser tratado como un ser humano y no como un artilugio mecánico, como un alien demediado. La representación del horror, puesta al servicio de la profilaxis higiénica….  y moral. Todo, como se ve, muy edificante. Y nada terrorífico.

Algo parecido podría decirse de la eficaz compañera de Jean Tinguély, la “juguetona” Niki de st- Phalle, con esta chillona denuncia del cuerpo de la mujer como “fábrica de hijos”, mientras por fuera se acicala para el macho , cubriéndose de costosos  y estrambóticos harapos(…). El horror suscitado por la contemplación de este monstruo artificialmente putrefacto, a base de afeites, cosméticos y baratijas.. puede ser en efecto tremendamente eficaz como denuncia social. Pero el asco suscitado por ese amasijo de abalorios y muñecos impide desde luego la irrupción de lo sublime-incomprensible del terror. Al contrario, aquí entendemos perfectamente el mensaje. Estamos en un ambito que se diría más de sociología aplicada que de manifestación artística.
   
 Estas características  “edificantes” en pro de la reivindicación de  genero, alcanzan un extremo difícilmente superable en la fotografia de Cindy Sherman, con ese enorme sexo abierto que nos saca la lengua, o esa cabeza de anciana febril, cercana a la momificación, absolutamente incongruente con los hinchados símbolos sexuales, marcadamente falsos, como si el cuerpo de la mujer se hubiera convertido en una grotesca estructura mecánica, desmontable y recomponible ad libitum. Esta desmesura del kitch, revulsiva por exageración  y contraposición, puede  desde luego obligar  a la meditación sobre la construcción social de los roles sexuales y su carácter alienante. Pero justamente la alienación impide a radice que se entrevea aquí, siquiera mediante una táctica de insinuación, lo absolutamente Otro: lo incomprensible del cuerpo y el deseo. Nos movemos en la superficie del horror , no en el afuera, refractario a toda figuración agradable o repulsiva, del terror.




(extracto de el segundo capítulo de  TERROR TRAS LA POSTMODERNIDAD–Félix Duque.
Abada editorial-“lecturas de estética”2004)

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